LA VOZ SILENCIOSA DE LA GUARDIA CIVIL: REFLEXIONES SOBRE UNA PARTICIPACION QUE NO LLEGA. Por JM Prades.
Las elecciones al Consejo de la Guardia Civil siempre se presentan como el gran momento de expresión democrática del cuerpo. Se repite, elección tras elección, que se trata del órgano de representación profesional más relevante y que la participación es un indicador de implicación y madurez. Sin embargo, la realidad insiste en desmentir ese relato. Desde 2009, año de los primeros comicios, la participación ha ido oscilando sin superar nunca el umbral que permitiría afirmar con rotundidad que el sistema representa a la mayoría. En lugar de eso, nos encontramos ante un fenómeno que no puede ignorarse: la abstención masiva como mensaje político silencioso.
Esta abstención persistente no puede interpretarse como apatía. Tampoco puede excusarse eternamente recurriendo a factores externos como la fecha, la modalidad de voto o las dificultades técnicas. Lo que está ocurriendo es más profundo: una desconexión estructural entre el personal del cuerpo y el sistema de representación que se supone está para defender sus intereses.
Un sistema representativo que no representa.
La cuestión clave no es cuántos votos obtiene cada asociación. Lo verdaderamente transcendental es aquello que se queda fuera de las urnas. Cuando seis de cada diez guardias civiles deciden no votar (o incluso más) el debate ya no es quién gana, sino quién falta.
Legalmente, por supuesto, los vocales elegidos representan a todo el personal. Pero sociológicamente resulta evidente que nadie puede representar a quien no se siente representado. La legitimidad formal se mantiene, la legitimidad social se escapa entre los dedos.
La abstención, convertida en tendencia crónica, revela que una parte muy significativa de la Guardia Civil no ve en el Consejo ni en las asociaciones una herramienta capaz de mejorar sus problemas reales ni de influir de manera efectiva en su bienestar profesional.
El divorcio entre afiliación y voto.
Otro síntoma preocupante es la distancia creciente entre el número de afiliados que tienen algunas asociaciones y el número de votos que reciben. En teoría, una organización con miles de afiliados debería partir con ventaja en unas elecciones. En la práctica, sin embargo, alguna de ellas obtienen menos votos que afiliados, lo que constituye un indicador clarísimo de que algo no funciona.
Esto se explica porque miles de afiliados lo son por motivos utilitarios, no por adhesión ideológica ni por confianza plena. Se mantienen por los servicios, por la protección jurídica, por la inercia o por el "por si acaso", pero no necesariamente porque compartan el rumbo de la asociación o porque crean en su capacidad para influir en el Consejo.
La afiliación, en estos casos, se convierte en un acto administrativo. El voto, en cambio, requiere convicción.
Y cuando llega la hora de votar, esa convicción no aparece.
Un órgano cuya influencia se percibe limitada.
El Consejo de la Guardia Civil es un órgano consultivo y de participación, pero carece de competencias decisorias en aspectos clave de la vida profesional: turnos, plantillas, movilidad, régimen de descansos, vivienda, vacantes o condiciones laborales profundas.
Esa limitación estructural genera una percepción generalizada: "votar no cambia nada".
Si el órgano es visto como simbólico, es lógico que una mayoría lo ignore. La falta de resultados visibles erosiona el interés por participar. Y sin participación, el órgano se debilita aún más. Es un círculo vicioso que nadie ha logrado romper.
La ausencia de autocrítica: un problema añadido.
Desde 2009 hasta hoy, las asociaciones han evitado hacer una autocrítica profunda y pública sobre la baja participación. La abstención es tratada casi como un dato técnico, no como un síntoma de alarma. Pero asumirla plenamente significaría admitir que:
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no conectan con una parte enorme del colectivo,
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su comunicación no llega,
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sus logros no se perciben,
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no generan ilusión ni confianza,
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y su base social está fragmentada o desactivada.
Aceptar esto implica renunciar a la autoindulgencia y plantearse cambios reales. Y, por lo general, no ha ocurrido.
Un mensaje que nadie quiere escuchar.
La abstención es una forma de protesta silenciosa. No es ruido, pero sí un mensaje. No es confrontación, pero sí un aviso. Es la manera que tiene miles de guardias civiles de expresar cansancio, decepción, saturación o simplemente indiferencia ante un sistema que no perciben propio.
En realidad, la pregunta pertinente no es "¿por qué la gente no vota?", sino:
¿qué deberían hacer las asociaciones y el propio sistema para merecer ese voto?
El reto pendiente.
La participación masiva no se consigue con eslóganes, ni con vídeos, ni con campañas de urgencia en redes sociales. Requiere:
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cercanía real,
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credibilidad,
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resultados tangibles,
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coherencia,
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transparencia,
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y una estrategia que ponga al guardia civil (no a la asociación) en el centro.
También exige plantear reformas profundas en el funcionamiento del Consejo, dotándolo de herramientas más sólidas y de un papel más útil.
Mientras esto no ocurra, la abstención seguirá siendo la protagonista de cada elección, por encima de cualquier resultado particular.
Y el sistema seguirá avanzando apoyado en una base estrecha, débil y cada vez más desconectada de la realidad diaria de un cuerpo que necesita ser escuchado, comprendido y representado de verdad.
La abstención es la gran ganadora.
Pero también es el gran aviso.
El sistema puede seguir mirándolo de reojo o puede (por primera vez) tomárselo en serio.
De ello dependerá su futuro.

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