AUGC: De la lucha por la desmilitarización a la sumisión al poder.
Mientras la Asociación Unificada de Guardias Civiles (AUGC) celebra con solemnidad la publicación de su libro "Guardias civiles: 30 años de lucha por sus derechos", muchos de quienes estuvieron en la primera línea de esa lucha observan con estupor cómo aquella aspiración legítima y valiente ha sido diluida hasta convertirse en una estructura dócil, cercana a lo que antaño se conocía como sindicato vertical, al servicio del poder y no de la clase trabajadora.
No se puede hablar honestamente de "30 años de lucha" sin mencionar que, desde sus inicios, la verdadera bandera de los movimientos reivindicativos en la Guardia Civil fue la desmilitarización del cuerpo y el derecho a una sindicación real y efectiva, como corresponde en una sociedad democrática. El objetivo era claro: acabar con una estructura jerárquica y represiva que impedía a sus integrantes ejercer derechos tan básicos como la libertad de expresión o la negociación colectiva.
Sin embargo, el rumbo tomado por la AUGC en las últimas décadas ha sido, para muchos, una claudicación paulatina. Hoy, esta organización parece más preocupada por mantener su espacio de interlocución con los partidos mayoritarios -PP y PSOE- que por continuar la senda transformadora que iniciaron sus precursores, muchos de los cuales fueron sancionados, perseguidos o expulsados por atreverse a alzar la voz.
La insistencia actual en obtener "los mismos derechos que las policías autonómicas" desde la aceptación del carácter militar del cuerpo no es más que una concesión ideológica. Decir que “ser militar no es incompatible” con tener derechos sindicales es una contradicción con la historia y con los principios democráticos que sustentaron las primeras reivindicaciones. Porque sí, sí es incompatible: el carácter militar implica obediencia jerárquica absoluta, ausencia de derechos colectivos y una subordinación que choca frontalmente con la naturaleza del sindicalismo.
La AUGC, tal como se presenta hoy, ha dejado de ser una herramienta de cambio para convertirse en una pieza más del engranaje institucional. Y eso, lejos de representar 30 años de lucha, representa 30 años de domesticación progresiva, una traición -consciente o no- a quienes arriesgaron todo para que la Guardia Civil dejara de ser un cuerpo militar y pasara a ser una policía civil al servicio del ciudadano, no del poder.
José Miguel Prades
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