LOS IMPRESCINDIBLES DEL SINDICALISMO EN LAS FUERZAS Y CUERPOS DE SEGURIDAD DEL ESTADO.
“Hay hombres que luchan un día y son buenos, hay otros que
luchan un año y son mejores, hay quienes luchan muchos años y son muy buenos,
pero los hay que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles" es una
famosa cita de Bertolt Brecht, que destaca la importancia de la persistencia y
el compromiso a largo plazo en la lucha por una causa.
En cada lucha por la desmilitarización y sindicación en las
FCSE, hay quienes aparecen fugazmente y quienes se quedan. Quienes se acomodan
con las primeras concesiones y quienes siguen firmes aun cuando el viento sopla
en contra.
Manuel Sánchez Fornet, Pedro Pacheco, Manuel Rosa, José
Piñeiro, Florencio Garrido, son parte de los imprescindibles. Hablar de ellos
no es solo hacer justicia con nombres propios, sino reconocer una lucha
coherente y sostenida que ha enfrentado no solo al poder jerárquico, sino también
a la indiferencia social y política.
Desde los primeros pasos dados tras la muerte de Franco y en
los años ochenta, desde la clandestinidad hasta los tiempos actuales de tímida
apertura controlada en el caso de la Guardia Civil, no han dejado de alzar la
voz por la desmilitarización y la sindicación real. Los imprescindibles
continúan desafiado un modelo anacrónico en el que los derechos fundamentales
de expresión, reunión y representación son objeto de sospecha dentro del
cuerpo. Ellos han puesto sobre la mesa un debate que muchos preferían mantener
bajo llave: ¿puede una fuerza policial en democracia mantenerse bajo estructura
militar? La Constitución del 78 lo resuelve meridianamente, las FCSE no forman
parte de las FAS.
La Guardia Civil no debe seguir siendo una institución del
siglo XIX dentro de un Estado del siglo XXI. Defender la desmilitarización real
del cuerpo y el reconocimiento pleno del derecho a la sindicación, la libre
sindicación, no es una cuestión ideológica, es una cuestión de justicia.
En tiempos donde se discute con más apertura la necesidad de
modernizar las fuerzas de seguridad, querer mejorar desde dentro, querer
humanizar la estructura sin debilitar su función, no es traicionar el uniforme,
es honrarlo. El respeto a la jerarquía no puede significar sumisión ciega, la
disciplina no puede estar por encima de los derechos fundamentales.
En palabras de Ernesto Sabato… "En estos tiempos de
triunfalismos falsos, la verdadera resistencia es la que combate por valores
que se consideran perdidos". Lo que a colación de este artículo significa
que muy pocos seguimos luchando por la desmilitarización y por ende la
sindicalización real. Hace casi 60 años Martin Luther King describió su tiempo,
y también el nuestro… “Debemos iniciar rápidamente el giro de una sociedad
centrada en las cosas a otra centrada en las personas. Cuando las máquinas y
los ordenadores, el lucro y los derechos de propiedad se consideran más
importantes que las personas, se hace imposible derrotar a los trillizos
titánicos del racismo, el materialismo y el militarismo”.
Uno de los mencionados me comento recientemente “…La lucha
por lo verdaderamente importante es siempre minoritaria. Seguir luchando por
ello, aun en la soledad más absoluta, es una virtud reservada para unos pocos”.
Su lucha no solo merece respeto, sino también memoria y continuidad.
Es profundamente decepcionante, y también revelador, que las
asociaciones profesionales dentro de la Guardia Civil no defiendan abiertamente
la desmilitarización. Sobre todo porque estas organizaciones nacieron, al menos
en teoría, para representar y defender los derechos de los guardias civiles. Y
no hay derecho laboral más básico que ejercer como trabajadores con plenos
derechos civiles, algo incompatible con un régimen disciplinario militar. ¿A
qué se debe esta omisión, cuando no complicidad?
Temor a represalias institucionales. A pesar de los avances
legales, la cultura del miedo sigue imperando en la Guardia Civil. Las
asociaciones saben que cuestionar la militarización es tocar una línea roja
para la cúpula y para ciertos sectores políticos.
Conformismo estructural. Muchas asociaciones se han
burocratizado. Han asumido el rol de gestores de pequeñas mejoras (turnos,
uniformes, productividad) y han dejado de ser herramientas de cambio
estructural. Prefieren “convivir” con el sistema militar que enfrentarlo,
porque eso les garantiza cierta comodidad e interlocución con la Dirección
General.
Falta de ideología sindical. No son sindicatos, aunque a
veces lo parezcan. Las asociaciones profesionales carecen, en general, de una
base ideológica clara sobre derechos laborales y democratización institucional.
Muchas no tienen el ADN sindical que sí existe en otros cuerpos (como la
Policía Nacional o los Mossos), y por tanto no ven la desmilitarización como
una prioridad, ni siquiera como una reivindicación legítima.
Cálculo político. Algunas asociaciones han optado por
alinearse con discursos políticos conservadores, donde la “militaridad” se
interpreta como un valor en sí mismo. En ese entorno, pedir desmilitarización
puede verse como una traición o una concesión a sectores “progresistas”, lo que
genera rechazo entre sus bases más ideologizadas.
Inseguridad jurídica y vacío legislativo. El Gobierno y el
legislador tampoco han dado señales claras. La pasividad política alimenta la
idea de que la desmilitarización “no va a llegar nunca”, y eso lleva a muchas
asociaciones a no gastar energía en algo que consideran una causa perdida.
Se necesita una regeneración valiente dentro del
asociacionismo, que recupere el espíritu fundacional de lucha por derechos y
dignidad. Se necesita una base crítica de guardias civiles que exija a sus
asociaciones una postura firme. Materia inconclusa.
La desmilitarización no es una amenaza, es una deuda
histórica. Y que las propias asociaciones no la reclamen con firmeza es una de
las grandes traiciones silenciosas de nuestra democracia.
José Miguel Prades
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