La memoria incómoda de la Guardia Civil: “Operación Columna” y el silencio institucional.
A finales de los
años 80, mientras España consolidaba su democracia y ETA seguía siendo una
amenaza real, se libraba otra batalla menos visible dentro de la Guardia Civil:
la de un grupo de agentes que reclamaban derechos fundamentales y la
democratización interna de la institución. La respuesta del Estado fue la
llamada “Operación Columna”, un plan sistemático destinado a neutralizar
el activismo democrático dentro del propio cuerpo.
Este dispositivo,
coordinado por la cúpula de la Guardia Civil y con respaldo político, incluyó vigilancia
ilegal, expedientes disciplinarios abusivos, infiltraciones, campañas de
desprestigio, internamientos psiquiátricos y detenciones arbitrarias,
expulsiones contra guardias civiles que, de forma discreta y clandestina,
empezaban a coordinarse para exigir libertades asociativas, derechos laborales
básicos y una modernización real de la institución.
Aunque “Operación
Columna” no debe confundirse con la guerra sucia del GAL, existen paralelismos
estructurales. En ambos casos, se usaron recursos estatales para fines
extralegales, con beneplácito político y técnicas similares de espionaje y
coacción. La diferencia radica en el objetivo: en un caso, “enemigos externos”;
en el otro, “enemigos internos”.
Cuatro décadas
después, este episodio sigue sin una investigación oficial ni una comisión
de la verdad. La transición democrática española, marcada por pactos
tácitos de silencio, priorizó la estabilidad sobre el esclarecimiento. Muchos
de los protagonistas continuaron sus carreras institucionales sin rendir
cuentas, y la narrativa oficial sobre la democratización de la Guardia Civil
obvió la represión de quienes la impulsaron.
Hoy, en vísperas
de elecciones al Consejo de la Guardia Civil, sorprende el silencio de las
asociaciones profesionales sobre esta cuestión. Su actitud responde a
varios factores:
·
Dependencia legal e institucional, que limita su capacidad crítica.
·
Cooptación progresiva, centrando su agenda en mejoras laborales y no en cuestiones históricas
delicadas.
·
Temor a divisiones internas y pérdida de apoyo electoral al reabrir heridas.
·
Ausencia de presión social o política externa, que les permite eludir el tema sin coste.
Paradójicamente,
estas asociaciones existen gracias a la lucha de aquellos guardias perseguidos
en “Operación Columna”. Sin embargo, su memoria ha sido marginada en nombre de
una “normalidad institucional” que se presenta como natural, cuando en realidad
fue conquistada a pulso y reprimida con dureza.
Aunque de puertas
afuera las asociaciones profesionales han evitado pronunciamientos contundentes
sobre la “Operación Columna”, en algunos congresos internos, publicaciones
corporativas o encuentros cerrados sí se hace referencia a este episodio
como parte de su genealogía.
En esos espacios, más protegidos, se recuerda
la persecución que sufrieron quienes defendieron derechos democráticos dentro
de la institución en un momento en que hacerlo suponía exponerse a expedientes,
traslados y marginación profesional.
Sin embargo, este
reconocimiento interno no se ha traducido en un discurso público sostenido.
Persisten reticencias culturales y políticas:
·
Temor a que la evocación pública de la “Operación Columna” sea percibida
como una crítica institucional “desde dentro”.
·
Miedo a ser instrumentalizados políticamente por fuerzas externas.
·
Ausencia de un marco institucional que legitime estas reivindicaciones
históricas.
Este silencio
externo convive con un hecho llamativo: las principales
reivindicaciones de aquellos precursores siguen sin materializarse plenamente
más de cuarenta años después.
En particular:
·
La desmilitarización de la Guardia Civil, reclamada entonces como condición para
garantizar derechos fundamentales y una estructura más compatible con la
democracia, no se ha producido. El cuerpo mantiene un estatuto militar
que lo distingue de la Policía Nacional y limita su autonomía interna.
·
La sindicación real -es decir, la existencia de sindicatos con capacidad de negociación
colectiva y autonomía plena- sigue vetada legalmente. Las asociaciones
profesionales, aunque han ampliado su espacio de representación, continúan sin
poder ejercer funciones sindicales plenas, ni formar parte de las mesas de
negociación en igualdad de condiciones con otros cuerpos.
Estas dos
cuestiones eran centrales para los grupos clandestinos desde su inicio, y
constituyeron el núcleo de las demandas que motivaron la represión de la
“Operación Columna”.
Que estas demandas sigan pendientes después de
cuatro décadas pone de relieve que la democratización interna de la Guardia
Civil ha sido parcial y controlada desde arriba, no resultado de una
transformación estructural en sentido pleno.
Así, el silencio
público de muchas asociaciones actuales sobre la “Operación Columna” no sólo
borra parte de su propia genealogía, sino que también desconecta el
presente de un conflicto histórico que sigue teniendo consecuencias políticas y
organizativas muy reales.
Esclarecer este
episodio no se trata de “reabrir heridas”, sino de reconocer la verdad
histórica, reparar a las víctimas internas y reforzar la legitimidad
democrática de las instituciones. España ha demostrado que es capaz de
abordar episodios oscuros -como el GAL- con cierta madurez. Hacerlo ahora con
“Operación Columna” supondría completar un capítulo silenciado de nuestra
historia reciente.
He aquí la ironía
histórica: las asociaciones de hoy existen gracias a la lucha de aquellos
precursores… pero sus reivindicaciones fundamentales siguen sin alcanzarse.
La memoria
democrática no debería detenerse en la superficie cómoda de los relatos
oficiales. Debe también mirar hacia dentro, hacia esos espacios donde el poder
actuó contra quienes buscaban más libertad. Y en la Guardia Civil, esa mirada
aún está pendiente.
José Miguel Prades
Comentarios
Publicar un comentario