¿Por qué se sigue tratando a los guardias civiles como soldados? Una mirada crítica a la militarización de la Guardia Civil.

 


La Guardia Civil, uno de los cuerpos de seguridad más antiguos de España, sigue generando debate por su doble naturaleza: es un cuerpo policial, pero también militar.  Esta dualidad ha sido objeto de discusión desde hace décadas, especialmente en contextos democráticos donde se espera una separación clara entre las funciones militares y las civiles. Pero, ¿por qué se continúa tratando a los guardias civiles como soldados? ¿Tiene sentido esta concepción en la España del siglo XXI?

Esta cuestión adquiere una especial relevancia si se analiza no solo desde la perspectiva legal o funcional, sino desde la escenografía, los rituales y la simbología militar que siguen marcando su identidad institucional.

Más que protocolos: la parafernalia castrense como lenguaje de poder

Basta con observar cualquier toma de posesión de un nuevo mando de Comandancia de la Guardia Civil para percibirlo: formación de gala, desfile militar, himnos, banderas, armas al hombro, saludos reglamentarios y la omnipresente estética marcial. Lo mismo ocurre en aniversarios, celebraciones del Día del Pilar (patrona del cuerpo)… Este despliegue de parafernalia castrense no es neutro ni meramente ceremonial: comunica un mensaje muy claro sobre el orden, la jerarquía y el tipo de autoridad que se quiere representar.

Lejos de ser un simple tributo a la tradición, estas puestas en escena refuerzan una identidad institucional que se enraíza en la lógica militar: obediencia vertical, disciplina incuestionable, exclusión de lo civil en momentos clave. La pregunta que cabe hacerse es: ¿a qué responde esta insistencia en revestir de marcialidad actos que, en otras instituciones policiales europeas, se desarrollan con un carácter más civil, sobrio y funcional?

Ritualización militar y legitimidad institucional

La respuesta apunta, en parte, a la necesidad de afirmación simbólica. En una España cada vez más plural, donde el papel de las fuerzas armadas está delimitado por la Constitución y donde existen cuerpos policiales autonómicos plenamente civiles y descentralizados (Mossos d'Esquadra, Ertzaintza), la Guardia Civil parece refugiarse en sus rituales militares como mecanismo de legitimación y diferenciación.

Esta escenografía tiene un doble efecto: por un lado, proyecta una imagen de autoridad robusta y cohesionada; por otro, sirve de anclaje identitario frente a los procesos de modernización y desmilitarización que otros cuerpos han emprendido. En cierto modo, se blinda simbólicamente frente al cambio.

Además, esta estructura afecta su representación sindical. Aunque han avanzado en derechos asociativos, los guardias civiles todavía no cuentan con los mismos mecanismos de negociación colectiva que otros trabajadores públicos.

Uno de los puntos centrales del debate gira en torno a la compatibilidad entre el carácter militar del cuerpo y los principios democráticos. En una democracia moderna, los cuerpos policiales están al servicio de los ciudadanos y deben actuar bajo principios de proporcionalidad, transparencia y control civil. La lógica militar, centrada en la obediencia y la verticalidad, puede entrar en conflicto con estos principios.

Tratar a los guardias civiles como soldados puede reforzar una cultura institucional cerrada, menos permeable a la crítica externa o al escrutinio ciudadano. Esto no solo puede dificultar la rendición de cuentas, sino también limitar la adaptación del cuerpo a nuevas realidades sociales, como la gestión del pluralismo cultural, los derechos de las minorías o la atención a colectivos vulnerables.

El coste democrático de la teatralización militar

El problema de fondo no es estético, sino político. Esta teatralización de lo militar en actos públicos puede parecer inofensiva, incluso pintoresca para algunos sectores sociales. Pero en el fondo perpetúa una cultura institucional anacrónica, poco acorde con los valores de una democracia moderna. La exaltación de lo militar en contextos que no requieren lógica bélica (como la gestión de tráfico, la atención al ciudadano o la protección de víctimas de violencia de género) genera tensiones con la visión de una policía al servicio del ciudadano, no del Estado como aparato de control.

Además, este tipo de parafernalia refuerza una distancia emocional y simbólica con la ciudadanía. La imagen del "guardia civil soldado" uniformado con rigidez y ceremonial, contrasta con la idea de un servidor público cercano, empático y adaptado a los retos sociales del presente.

¿Herencia o resistencia al cambio?

Mantener este tipo de liturgias responde también a una resistencia activa al cambio. Sectores internos del cuerpo consideran estas prácticas parte esencial de su "espíritu" y las defienden como garantía de profesionalidad, honor y unidad. Pero la pregunta que debería guiar la reflexión institucional es otra: ¿honra más a la Guardia Civil su historia o su capacidad para evolucionar?

En otras palabras: ¿es la fidelidad a un modelo decimonónico lo que garantiza el prestigio del cuerpo, o sería más bien su capacidad para asumir plenamente una cultura policial civil, transparente, y abierta a la participación ciudadana?

La permanencia de rituales militares en la vida cotidiana de la Guardia Civil no es una anécdota, sino un síntoma. Refleja cómo, a pesar de los cambios políticos y sociales, siguen vigentes mecanismos simbólicos que entroncan más con el autoritarismo del pasado que con la democracia del presente.

Repensar esta estética marcial y lo que representa es una tarea pendiente. No para eliminar la memoria ni negar los orígenes del cuerpo, sino para resignificar su papel en una sociedad que demanda cercanía, profesionalismo y derechos, no desfiles.

La persistencia en tratar a los guardias civiles como soldados es en gran medida una herencia del pasado, sostenida por inercias institucionales, intereses corporativos y una visión del orden público que prioriza la disciplina sobre la participación. Sin embargo, en un Estado democrático y plural como el español, se hace cada vez más necesario revisar este modelo. La profesionalización policial no está reñida con la eficacia, pero sí exige un compromiso claro con los derechos humanos, la transparencia y la rendición de cuentas (véase OPERACIÓN COLUMNA).

La pregunta no es solo por qué se les sigue tratando como soldados, sino si ello sigue siendo compatible con los valores que debe defender una sociedad democrática.

Diversos sectores académicos, políticos y sociales han propuesto una progresiva desmilitarización de la Guardia Civil. Esta reforma no significaría su desaparición, sino su plena integración como cuerpo policial de naturaleza civil. Bastaría con aplicar la Constitución del 78.

 

José Miguel Prades


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