EL CRIMEN DE SANTA MARIA DE LA PEÑA


 

Antes que el paso del tiempo convierta el recuerdo en un susurro borroso, atrapado entre la nostalgia y el olvido… Ocurrió un hecho luctuoso, una mañana de domingo en septiembre 1982 dos jóvenes regresaban de hacer deporte por la carretera N-240 –en la actualidad A-132- y entraban en Casa Galán  –bar restorán, habitaciones, tienda-, también regentaban la gasolinera adyacente. Un Galán junto con sus tres hermanas y sus padres.

El narrador vuelve a la concreción para seguir con el relato… Un hombre que se encontraba en dicho establecimiento interpela a los jóvenes y les ordena subir al cuartel, ponerse de uniforme y regresar para llevar a determinada persona al puesto. La guardiacivil se disponía a trasladar un hombre al cuartel no antes de que esa misma persona manifestase a los presentes, ustedes son testigos de que la guardiacivil me obliga a ir al cuartel.

Una vez en el cuartel le entraron al despacho del comandante de puesto que ya le estaba esperando, saliendo la pareja de guardias civiles a la calle junto con el guardia de puertas. Allí acaeció el apaleamiento. Gritos, golpes, quejidos, la sinfonía ambiental tras una puerta. Acto seguido, un tiempo después salen ambos, el señor con semblante circunspecto, el miedo y el dolor lo doblegaron por completo, hasta el punto de perder el control de su propio cuerpo, no hace falta ser más explícito. El comandante de puesto con los ojos desorbitados y una baba blanca en su boca. Con el brazo sobre su víctima caminaron cuesta abajo hasta donde comienza esta historia.

El desencadenante resulta ser el teléfono público de Casa Galán, el guardiacivil vestido de paisano estaba esperando una llamada telefónica familiar mientras el señor demandaba hacer una llamada. El Puesto de la Guardia Civil de Santa María de la Peña carecía de teléfono.

Pocos días después el teniente de Canfranc –jefe de línea- acude al cuartel a indagar. ¿Cómo era sabedor del hecho? Su informante optó por la conciencia frente al corporativismo. Posteriormente acude el capitán del servicio de información de Huesca, hombre maduro de gran mostacho cabello y melena blanca luce un look de gentleman victoriano, quien interroga uno a uno y por separado a distintos integrantes de la unidad.

La respuesta a la pregunta anterior resulta ser que la persona agredida era el médico de Murillo de Gallego, localidad cercana y de paso en la ruta entre Ayerbe y Casa Galán –término municipal de Las Peñas de Riglos-. Denunció lo sucedido extrajudicialmente mediante el Colegio de Médicos, cuyo presidente contactó con el jefe de la comandancia de Huesca.

El cabo tomatero –en argot de La Benemérita- agresor fue internado en el hospital siquiátrico militar de Zaragoza un par de meses y posteriormente trasladado a Hecho, localidad distante aproximadamente unos 50 kilómetros.

Es evidente que si la denuncia hubiese tenido proceso judicial, criminal, penal, el resultado sería distinto. La implicación hubiera llegado a toda la fuerza pública actuante, por acción u omisión, o por ambas. De poco o nada serviría en su descargo alegar bisoñez y una formación escasa, sustentada en el ordeno y mando, en lo militar y no en lo policial. La consecuencia mediática también.

El sistema de poder se retroalimenta continuamente, organizan nuestras vidas en beneficio propio. Se crean reglas que se deben aceptar sin réplica, se imponen cadencias y estructuras de trabajo bajo discursos de eficacia, operatividad, compromiso y vocación. Se impide el pensamiento crítico. Tras esta disertación del narrador, se retorna a la crónica.

Semanas más tarde, el médico de Murillo de Gallego y un guardiacivil que le requirió y acompañó a pie en el día de autos los 800 metros que distaban hasta el cuartel, se encuentran en el hostal restorán EL Jabalí. Entablan conversación de lo acontecido, en el trascurso de la misma, una pregunta quizá absurda dado el contexto del día de los hechos. ¿Por qué no te defendiste? Su contestación: porque ese hombre estaba enfermo fuera de sí y tenía la pistola encima del archivador. El médico cuyo nombre no recuerda el narrador dio todo un ejemplo de dignidad, lo que si evoca que es o era natural de La Mata de Morella. Ambos son de la misma tierra.

Los hechos ocurridos son desconocidos para la mayoría, aunque hayan pasado décadas, forman parte de la historia y merecen ser contados. Muchas veces, el silencio y el miedo permiten que ciertas prácticas continúen en las instituciones. Las víctimas y la sociedad tienen derecho a conocer lo que ocurrió, especialmente si se trata de abusos dentro de una institución hermética. Las acciones de la Guardia Civil han sido parte de la historia de España, y episodios de abuso de poder merecen ser documentados para entender mejor el contexto de la época y sus efectos en la sociedad y evitar que hechos similares se repitan. Derecho a la verdad y memoria histórica.

 

El Cepa

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