EL ESPEJO.
Ayer, al ver que habían terminado las obras donde se ubicaba mi trabajo, en el que pasé algo más de 20 años, podía percatarme, para mi velada sorpresa, que allí estaba…
El espejo… Uno de esos convexos que se ubican en espacios de difícil visibilidad para que los vehículos puedan acceder a las vías con mayor seguridad. Pero este, por su ubicación, tiene otra… ya veremos cual.
Seguro que para el director de la obra, el arquitecto o el responsable del edificio, aquel objeto, del que desconocen su utilidad, es intrascendente, porque lo es. Pero para mí no. Es lo que es, es la representación de la vanidad, la rancia nostalgia de tiempos peores, el dogmatismo y la perpetuidad de la sinrazón.
Para entrar en materia deberé poner en conocimiento de mis insomnes lectores que en las dependencias militares existe el mandamiento que obliga a qué cuando entra un oficial de mayor graduación al que ya hubiera en el edificio, el ‘centinela’ que se encuentra de servicio en el acceso, debe gritar a viva voz la llegada de éste.
Bien, esto es así también en los cuarteles de la Guardia Civil…
Los más despiertos, con las migas de pan, ya empezarán a atar cabos…
Es evidente que esta cuestión en los mentados cuarteles era una costumbre en desuso, dada la trasnochada función de la misma y la imagen risible que proyectaba en propios y extraños; Al margen que distraía al ‘centinela’ de labores más productivas o incluso fundamentales, como es el caso de la labor policial, en la que el pretendido ‘heraldo’ debe dejar de atender al teléfono, la emisora o al ciudadano para retrotraerse a la nostálgica imagen que tienen algunos oficiales de lo que es un cuerpo policial.
Salvadas ya las distancias conceptuales, entremos en materia…
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